Opinión

Edgar Espinoza: “Rodrigo Chaves: la esperanza de los de a pie”

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𝐑𝐨𝐝𝐫𝐢𝐠𝐨 𝐂𝐡𝐚𝐯𝐞𝐬: 𝐥𝐚 𝐞𝐬𝐩𝐞𝐫𝐚𝐧𝐳𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐚 𝐩𝐢𝐞

Rodrigo Chaves está gozando de algo quizá nunca visto en el país: el privilegio de ser un gobernante libre.

De haber llegado al poder sobre sus propios pasos con el empujón de gente intachable e identificada con el país.

Sin deberle nada a nadie y sin ataduras que le castren como líder.

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Se dio el taco de entrar a Casa Presidencial sin la clásica coreografía de parásitos con la mano abierta pordioseando cargos y cochinillas.

Como un perfecto extraño que de repente regresa al país tras 30 años fuera sin sus chicharrones y ceviches, pero con el equipaje repleto de fe en sí mismo.

Y en su pueblo, que, si bien muy devastado por los habituales chupamieles del poder, con la esperanza del cambio todavía ígnita.

Lo único que a Rodrigo le sobraba, y en cantidades industriales, eran enemigos políticos que, desde el comienzo, algo bueno le deben haber visto para temerle tanto y atacarlo más.






Porque lo que él hacía, era torpedeado; lo que él decía, descalificado, y lo que él sentía, ignorado.

En campaña, actualmente y, tal parece, por los siglos de los siglos.

«¡Bienaventurados aquellos que me hacen el favor de hacerme el favor!» diría quizá él.

Porque con todo y lo maquiavélica que se le vea, la política pueden ser dos cosas: o el reducto de la pequeñez humana, o la ventana de su grandeza. Cada quien elige.

Rodrigo ha llegado con la solvencia de escoger a su equipo de gobierno por méritos para honrar a Costa Rica, mas no por méritos para repartirse el botín de la patria.

Con sus acciones está demostrando que no es cierto aquello de que los gobernantes perdieron poder, sino que lo que estos perdieron fue la voluntad política –si alguna vez la tuvieron– de servir a su pueblo.

Lo curioso es que siempre les sobró poder para hacer más pesada la lápida sobre las aspiraciones básicas del ciudadano común.

Y les sobró tiempo, ganas e imaginación para su pirotecnia de lujos, superpluses, tráfico de influencias y silencios cómplices.

A cuenta nuestra, por supuesto.

Me refiero a esos difuntos de la política que no parecen aprender la lección que les da cada cuatro años el ciudadano llano y plano.

Los mismos que, desde un Estado que parecía más terrorista que solidario, más dictatorial que amigable, se divirtieron a chorros infundiéndole miedo, inseguridad, acoso e impotencia al ciudadano de a pie.

Se les olvidó que el costarricense nato y sensato no está para ideologías roqueras, cubanitos solapados, ni faros con apagones.

Rodrigo Chaves
Tampoco para casitas de cristal, mecos y mecas, planes escudo, «big chiefs» de buen cemento, trochas y chochas, ni ensayitos macabros tipo Upad.

De una u otra forma, todos ellos dieron siempre la perversa sensación de querer conducir el país hacia una crisis.

De querer arruinarlo para, de los escombros, nutrir sus surrealismos de poder hacia, qué sé yo, algún extremismo o populismo.

O quién quita, si no, hacia algún pastor iluminado o agente celestial con licencias divinas.

Prueba de ello es que todo lo del ciudadano se caía a pedazos: seguridad, educación, salud, ética, caminos, justicia, servicios…

Mientras todo lo que oliera a realeza institucional, alcurnia judicial y demás fandangos políticos, bullía en alfombras rojas.

Por eso, qué rico es para Rodrigo, como gobernante, poder romper diques para que el pueblo pueda, por fin, volar hacia un mejor destino.

E imbuir al resto de los supremos poderes e instituciones a que se sumen en esta cruzada por una Costa Rica unida, «rompedora» y próspera.

Es decir, a que elijan entre «la política como reducto de la pequeñez humana, o la ventana de su grandeza».

¿Saben qué?

Cuanto mayor sea el apoyo popular a Rodrigo Chaves, tanto más alta será la factura que el país les haga pagar a los «poquita cosa» del poder político si no ponen las «barbas en remojo».

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